Deprimartes agujereado:
“Ya
nadie canta como tú lo hacías”, dice un verso de esta
canción; y en algo tiene razón: ya nada suena como sonaba el Grunge. Nacido a
comienzos de los años ’90 en Estados Unidos, apareció por el mismo motivo que el Punk: un hartazgo absoluto hacia todo lo que se escuchaba por esa época.
Fue otro intento del Rock por patear el tablero, sólo que esta vez no primaba
la violencia originada en la seguridad de que no había un futuro; sino que el
Grunge se dejaba ganar por la depresión oscura y con tendencia suicida que
surgía ante una realidad carente de sentido. Y hubo tres bandas que fueron el
estandarte de este movimiento: el Nirvana de Kurt Cobain, el Pearl Jam de Eddie
Vedder, y el Soundgarden de Chris Cornell, quien hasta el día de hoy sabe imprimirle magistralmente un oscuro tono a su voz de casi cuatro octavas; lo
cual lo convierte en una de las mejores voces del Rock de todos los tiempos.
Chris siempre ha sido un sobrio cantante que logra una entonación elegante y sombría en
su voz a la hora de contarnos cosas horrendas, como en esta ocasión en que nos relata
la antesala del Apocalipsis.
“En
mis ojos, indispuesto, y en disfraces que nadie conoce, se esconde el rostro,
descansa la serpiente, el sol que brilla sobre mi desgracia. Calor hirviente,
hedor del verano, bajo la oscuridad el cielo luce muerto. Di mi nombre cuando
llegues al orgasmo y te haré gritar otra vez”. Así es: la
felicidad absoluta sólo puede estar habitada por almas desgraciadas. Porque
cuando esa felicidad tan imposible de alcanzar se transforma en realidad
utópica nos convierte en seres disfuncionales: “Tartamudeando
por el frío y la humedad, ven, cansado amigo, y róbate la cálida brisa. El
tiempo de los hombres honestos se ha terminado, e incluso ya hace mucho que no
hay más tiempo ni siquiera para las serpientes”.
“En cuanto a mí
concierne, sólo soy un sonámbulo paseando mientras rezo para que mi juventud no
me abandone. El Paraíso envió al Infierno muy lejos”. Cierta vez,
conversando con un amigo, le comenté que para mí la posibilidad de que exista
un Paraíso más allá de la muerte, en el cual estaremos obligados a ser felices
todo el tiempo y durante toda la eternidad, no podría asemejarse más a la idea
del Infierno. Y esa idea me recuerda a los habitantes de este videoclip icónico
de los años `90, que viven condenados a ser felices. Aquí nos cruzamos con un
grupo de alienados, que bien encajarían en cualquier secta, caminando con una
pancarta que reza que el fin está cerca; lo cual es saludado con carcajadas
radiantes por quienes se enteran de la Buena Nueva. Sus sonrisas fácilmente se
desfiguran en muecas horrendas, más propias de la felicidad que inunda el
rostro de los psicópatas cuando están asesinando a algún alma inocente. El
idílico caserío de suburbio en el que habitan está plagado de colores saturados
y de imágenes cotidianas de alegría inconmensurable. Tan poco soportable es
esta alegría que sólo puede ser sufrida por los verdaderos monstruos que
somos, aquellos que yacen debajo de nuestras falsas sonrisas. Monstruos que ansían terminar con su propia
miseria cuanto antes, siendo tragados por ese agujero negro del cual, según
propuso Einstein, ya nunca nada puede volver: “Sol
del agujero negro, ¿por qué no vienes y te llevas esta lluvia? Sol del agujero
negro, ¿por qué no vienes?”.
Una chiquilla que
juega con sus muñecas lo que en verdad sueña es con calcinarlas sobre las
brasas; un ama de casa cocinando es en realidad la dueña de un alma enferma que
disfruta de blandir un cuchillo; una hermosa joven tomando sol no puede ser
otra cosa más que un asqueroso reptil comedor de moscas; unos niños jugando en
el jardín son sólo seres repugnantes que torturan insectos sólo por ser criaturas
inferiores. Todos ellos le clavan los ojos a la cámara como quien mira a su futura
presa: “Sostengo mi cabeza y ahogo mis miedos,
hasta que todos ustedes por fin desaparezcan”. Yo haría lo mismo:
escondería mi cabeza como un avestruz hasta que todo el mundo se termine… ¡Feliz
Deprimartes!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario