Deprimartes
estrellado:
“Estrellada,
estrellada noche; pinta tu paleta con azul y gris. Mira hacia afuera en un día
veraniego con esos ojos que conocen la oscuridad de mi alma. Las sombras en las
colinas bocetan los árboles y los narcisos en flor. Capturan la brisa helada en
colores sobre la tierra nevada de lino”. Los cuadros y la
vida del pintor holandés Vincent van Gogh desfilan en una de las letras más
hermosas que he leído en mi vida, acompañada de una melodía simple, efectiva;
que se balancea suavemente entre un sentimiento de ternura y de tristeza
infinita. “Y creo que ahora entiendo lo que tratabas
de decirme, cómo sufrías por estar tan cuerdo, cómo intentabas hacer que todos se
sintieran libres. Pero ellos no te escucharon, no sabían cómo hacerlo. Tal vez
te escuchen ahora”. Aquí hay un encuentro entre el pensamiento de
alguien que contempla un cuadro y ha entendido el mensaje encriptado que viene
de siglos atrás. Al comprender al autor de una obra sentimos que bien podría
haber sido nuestro amigo. Y más aún si sentimos que podemos entender el
sufrimiento de su alma, aquello que lo llevó a plasmar en un lienzo su
percepción de la vida y de todo lo que lo rodeaba con una emoción incomparable.
Cuando logramos hermanarnos con otra alma, sentimos que al fin no estamos tan solos
en el Universo.
Al hablar de un
músico como Don McLean podemos apreciar la grandiosa influencia que sobre el
Rock & Roll ejerció un género que le era anterior: la música Folk.
Castellanizado como “folklore”, esta variedad musical siempre ha recogido lo
autóctono de cada región, y es menester ejecutarla con instrumentos que son
propios de cada geografía. Pero para el ideario rockero, los aspectos del Folk
que mayor importancia han tenido han sido básicamente su condición de música
acústica –los instrumentos eléctricos estaban ausentes o pasaban a un segundo
plano-, y el carácter poético y elaborado de sus letras, que terminaron por
darle forma a la “canción de protesta”. Cualquiera sea el caso, los artistas
devenidos del Folk siempre intentaban decirnos algo en sus canciones; eran trovadores
que siempre se parapetaban detrás de una guitarra para susurrarnos lo que
necesitábamos escuchar, y no lo que todos querían que escuchemos: “Estrellada, estrellada noche; flores en llamas que
fulguran brillantemente. Nubes arremolinadas en un haz violeta se reflejan en
el azul profundo de los ojos de Vincent. Colores que cambian de matiz, campos
matutinos de granos en tonos de ámbar. Rostros castigados por el clima y delineados
por el dolor, se ven suavizados bajo la mano amorosa del artista”. Una
pequeña prueba de las alturas estilísticas a las que siempre intentaba llegar
el Folk es el uso poético que en esta canción McLean hace de los colores, la
forma en que utiliza las distintas tonalidades como un puente para generar una
nueva imagen en la imaginación del oyente. Siempre es una delicia leer la letra
de una canción Folk.
Y aquí tenemos al
inspirador de esta canción, un pintor que sufrió casi como ningún otro, y que
intentó con cada pincelada vigorosa e imprecisa –muy típica del
postimpresionismo- acercarnos no al objeto pintado, sino a la sensación que
aquel objeto le producía al pintarlo. Conocido es su estado de inestabilidad
mental, sigue siendo tema de debate si esto mismo lo llevaba a percibir el
mundo de otra manera; para así volcarlo en un lienzo. De cualquier manera que
haya sido, fue un incomprendido; un adelantado a su época: “Porque aunque ellos no podían amarte, tu amor seguía
siendo sincero. Y cuando ya no quedaron esperanzas a la vista, en esa
estrellada, estrellada noche, te quitaste la vida, como suelen hacerlo los que
aman de verdad. Pero yo podría haberte dicho, Vincent, que este mundo nunca
estuvo hecho para alguien con un alma tan hermosa como la tuya”. Con una
congoja que me desgrana el corazón, al ver tus cuadros, querido Vincent, siento
que recién ahora te entiendo; recién ahora comprendo lo que de tantas maneras
distintas intentaste decirme durante tanto tiempo a través de tus obras… Ahora,
que ya es tan tarde. Y me asaltan unas ganas infinitas de correr a darte ese
abrazo que jamás podré darte, y que llevás ganado desde hace siglos.
“Estrellada,
estrellada noche; cuadros colgando en salones vacíos. Retratos sin marco en
paredes sin nombre, con ojos que miran al mundo y no pueden olvidar lo que ven.
Como el extraño que has conocido, el vagabundo vestido con harapos. La espina
plateada de la rosa ensangrentada, que yace aplastada sobre la nieve virgen”. Los rostros que aparecen en sus pinturas, pertenecientes a vidas que ya
hace mucho se han apagado, nos miran a través de un mar de décadas y con su
expresión apesadumbrada, casi húerfanos de felicidad; parecen interrogarnos: “¿qué
has hecho con la porción de tiempo que te ha tocado vivir?”, “¿cómo
sobrellevaste tu sufrimiento, hermano?”, “¿Y tú, cómo crees que serás
recordado?”.
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