Es proverbial el odio mutuo que como raza humana nos profesamos con los
días lunes. Es la vuelta a la rutina. Un baldazo de hielo que nos despierta de
la ensoñación del fin de semana y nos recuerda que somos sólo engranajes de un
sistema: “Ya las seis en punto, y yo estaba justo en
el medio de un sueño. Besaba a Valentino a la vera de un cristalino arroyo
italiano. Pero no puedo llegar tarde, o creo que ya no me van a pagar. Estos
son los días en los que quisiera que la cama se tendiera por sí misma”.
The Bangles han sido prácticamente la única formación totalmente
femenina en una banda funcional –esto es, que las cuatro ejecutaban un instrumento
musical-, y que lograra un suceso masivo. Tuvieron una andanada de éxitos, pero
como era previsible, el hecho de que fueran sólo chicas en la banda hizo que
aparecieran los problemas de polleras. Las demás integrantes recelaban del protagonismo
que iba adquiriendo en el grupo la guitarrista Susanna Hoffs, y las tensiones
afloraron. Esos dilemas tan típicos de la cosmogonía femenina: “Tengo que agarrar el tren bien temprano, tengo que llegar
a las nueve al trabajo. Y creo que si tuviera un aeroplano, igual llegaría tarde.
Porque me toma demasiado tiempo decidir qué ponerme. Le echo la culpa al tren,
pero mi jefe parece que no me cree”. Así, el ego y los celos fueron los mayores promotores
de la separación de esta buena banda que visitó lo más alto de los charts musicales
en más de una ocasión.
“Es sólo otro lunes maníaco. Desearía que fuera domingo,
porque ese es mi día de diversión. Mi día en que no tengo que correr. Pero hoy
es sólo otro lunes maníaco”. Éste
gran éxito estuvo acompañado de un adecuado videoclip, en el cual se puede apreciar
la alienación que genera la catarata de actividades robóticas a las que nos
sometemos a diario. Vestirse rápido, lidiar con el tráfico, sumirse en la hacinación
urbana, almorzar a las apuradas, el eterno reloj que nos esclaviza, el gris del
asfalto, los edificios que nos acechan desde la altura, el poco cielo que queda
a la vista, el trabajo lleno de labores ingratas, la vuelta a casa con la misma
superpoblación de vehículos… Esa sensación de soledad que nos gobierna hacia el
final del día… Y el terror de pensar que el círculo se repetirá mañana. Nos
queda un último consuelo: no estamos solos en nuestra soledad. Todos sentimos
más o menos lo mismo los días lunes. Es nuestro día en el que el alma se niega
a acompañarnos, y se quiere quedar en el domingo.
Finalmente llegamos a casa, y tal vez –sólo tal vez- allí las cosas sean distintas. Tal vez algo, o alguien, nos aguarde. Pero… ¿por qué será que cambia tanto nuestra percepción del tiempo cuando estamos disfrutando o no de algo?: “De todas las noches, ¿por qué mi amante justo tuvo que elegir la de anoche para quedarse? Parece que no le importa que yo tenga que mantenernos a los dos, ya que está sin trabajo. Sólo me dice con su voz de dormitorio: ‘Vamos, amor; hagamos un poco de ruido’. Y el tiempo se va tan rápido cuando la estás pasando bien”. ¿Por qué el reloj parece que se arrastra cuando padecemos un suplicio, y por qué se convierte en un disparo hacia el futuro cuando nos sorprende una carcajada? Nadie lo sabe. Son sólo ironías con las que se deleita nuestro tirano destino. ¡Feliz Deprimartes!