Deprimartes desterrado:
Si hay algo que jamás vamos a comprender aquellos que no
hayamos sufrido algún tipo de ostracismo, es el desarraigo. Estar lejos del
lugar que una persona llama “hogar”, a veces por un tiempo, muchas otras veces
de manera permanente, debe de ser como aprender a vivir cada día con un
desgarro que nunca cicatriza en el corazón. No por nada uno de los castigos más
severos de la antigüedad era el destierro: “En mi
mente, siempre me voy a Carolina. ¿Puedes ver el Sol brillando? ¿Puedes sentir
la luz de Luna? Es como si un amigo te reconociera y te diera un empujón
afectuoso en la calle. Así es, siempre me voy a Carolina en mi mente”. Vivo
en una extraña y hermosa tierra que ha sido bendecida por varias oleadas de
inmigrantes que nos han mezclado y remezclado hasta hacer de nosotros lo que hoy
somos. Y en una de las últimas olas migratorias importantes, vinieron nuestros
abuelos, olvidando por la fuerza una Europa arrasada. En los ojos de mis propios
abuelos pude adivinar aquello tan difícil que debieron atravesar al tener que
abandonar el terruño que los vio nacer, y adonde inevitablemente cada persona
se deja un pedazo del corazón. Las generaciones que nos antecedieron, y que
dejaron su hogar y sus afectos de la niñez detrás suyo, lo hicieron para venir
a darnos a sus descendientes un futuro más prometedor; muchas veces escapando
del hambre, muchas veces escapando de las guerras que convertían sus pueblitos colmados
de juegos de niños en barreales aceitosos y llenos de escombros.
“Karen, ella es como un sol de plata. Aléjate
un poco y mírala brillar. Mírala observar cómo se acerca el amanecer. Y ahora
se me escapa una lágrima plateada, estoy llorando; ¿no es cierto?”. Quien canta y enjuaga sus
lágrimas mientras lo hace no es otro que el gran James Taylor, talentosísimo
exponente del Folk; y probablemente el fichaje más importante que alguna vez
hubiera hecho Apple, la discográfica de The Beatles, quienes le editaron su
primer disco. A lo largo de los años logró armar una hilera de éxitos que volvieron
su nombre lo suficientemente importante como aprender a reírse de sí mismo, y terminar
cantándole en el espacio a Homero Simpson cuando éste se volvió astronauta. En
esta canción le toca a él recordar ese pedacito de tierra de sus primero años
al que siempre vuelve cuando cierra los ojos, cosa que hacemos todos a medida
que los meses se nos van acumulando en el calendario: “No
hay duda en la mente de nadie de que el amor es lo mejor que existe, así que
susúrrame algo suave y agradable. Y ahora, mira, nena; el cielo está en llamas.
Me estoy muriendo, ¿no es cierto?”.
A medida que la vejez va reclamando nuestros días, no es extraño
que aquellos que dejaron sus raíces muy muy lejos sientan el llamado a
emprender ese último viaje de autoconocimiento, para rendirle un homenaje a sus
propios antepasados y a la vida que no pudieron vivir: “Anoche,
en el medio de la oscuridad más silenciosa, creo que llegué a escuchar el
llamado de la autopista. Los gansos volaban y los perros ladraban y mordían,
signos que bien podrían haber sido una predicción diciéndome que me vaya a
Carolina en mi mente”. No siempre lo que encuentran es lo que desearían,
y por eso es sabio tener en cuenta aquel viejo dicho que reza: “nunca vuelvas
al lugar en el que fuiste feliz”. Pero, la sangre tira, y el corazón debe
afrontar una última prueba para saldar deudas con el pasado... Y a veces, sólo
a veces, termina valiendo la pena: “Y ahora, con el
espíritu sagrado de los antepasados que me rodean, todavía siento que estoy en
el lado oscuro de la Luna. Y me parece que esto podría seguir así para siempre.
Así que deberás perdonarme si me levanto y me voy a Carolina en mi mente”. ¡Feliz
Deprimartes!
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