Deprimartes tonto:
“A
veces te miro mientras duermes y no puedo creer que estés aquí conmigo. Tengo
que pellizcarme para asegurarme de que no estoy soñando. Oh, algo tan bueno…
¿Cómo puede estar pasándome a mí?”. La voz quejumbrosa que
se pregunta estas cosas no es la de un negro, aunque suene así. Estamos frente
al enorme Joe Cocker, dueño de una voz oscurísima bajo su piel caucásica; una
de las mejores y más reconocibles que nos ha dejado el Rock. Un talento que
supo brillar en el mítico Festival de Woodstock, y que si bien en lo años ’70 atravesó
sus años oscuros, con adicciones de todos los colores, revivió casi mágicamente
en los años ’80; donde incluso hasta se dio el gusto de ganar un Oscar. Pero
eso no lo hizo perder la humildad, y como muestra, que baste este simple botón:
el gran Joe, al final de este videoclip, se toca suavemente la garganta; como
agradeciéndole a ese don casi divino todo lo que le dio a lo largo de su
extensa y exitosa vida.
“Nunca
fui de esa clase de personas que tienen suerte, pero mi vida cambió cuando
entraste por esa puerta. Ahora me siento más afortunado de lo que alguna vez
soñé ser”. Es casi la historia de mi vida lo que se relata
en esta canción. Desde muy niño he padecido de una sensación de carencia
absoluta de suerte. Por alguna extraña razón, siempre supe que las cosas me
saldrían mal, aún antes de intentarlas. Y más allá de que por lo general el
fracaso era la frutilla de mi postre, esta mentalidad tan nociva siempre me
hizo perder el disfrute por aquellas cosas que sí lograba conseguir. Había en
mí una última desconfianza, una idea de que aquello que lograra no me era
merecido, por más esfuerzo que le hubiera dedicado. Aquél éxito tenía que tener
algo malo, sólo que no lograba darme cuenta: “¿Qué
estás haciendo con un tonto como yo? Podrías haber encontrado a alguien mejor,
alguien que fuera mejor que yo. Pudiste haber encontrado a cualquier persona,
tan sólo no puedo entender qué estás haciendo con un tonto como yo”.
Y así de difícil se
me hicieron las cosas en el amor. Tanto me ha costado aceptar que soy capaz de
merecerme ciertas cosas buenas, que en más de una ocasión me comporté como para
no ser merecedor de lo que me estaba pasando. Pero sólo era un tonto lleno de
miedo, sin saber qué era lo que tenía que hacer: “Sé
que estar conmigo no es fácil. Parece que nunca sé decir las cosas que se
supone que diga; es como si nunca estuviera ahí cuando me necesitas, nena. A
veces tú me miras y yo tan sólo atino a darme la vuelta. Soy sólo un soñador
con la cabeza en las nubes, tú deberías alejarte de mí, pero aún así decides
quedarte. Te he dado sólo lluvia y tú te las arreglas para ver el arcoiris”. Pero
algo de bueno debía de tener. Porque la vida me obsequió el amor de una niña
joven y llena de vida, que nos empuja hacia adelante a mí y a mi pesimismo,
tratando de hacerme comprender que vivir la vida de esta manera muy
posiblemente valga la pena. No tiene sentido seguirse preguntando por qué
insiste en querer hacerme feliz: “Te quedas a mi lado en las buenas y en las malas. ¿Por qué? Nunca lo sabré”. Gracias por todo a ella... ¡Y feliz Deprimartes!
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