Deprimartes psicotrópico:
“¿Hay
alguien ahí afuera?”… Así comienza este diálogo maravilloso entre dos
realidades inconexas, una charla de sordos entre un doctor que intenta devolver
a la realidad a alguien que está en un viaje alucinógeno, y la ¿víctima? de
semejante experiencia introspectiva: "Hola, ¿hay
alguien ahí? Mueve la cabeza si puedes escucharme. ¿Hay alguien en casa? Vamos,
oigo cómo te derrumbas; yo puedo aliviar tu pena y hacer que te pongas de pie.
Relájate, primero necesito un poco de información; algo básico, ¿puedes mostrarme
adónde te duele?".
Y nuestro amigo volado -en la
piel de Bob Geldoff, el mismo que supo ponernos la piel de gallina con la
historia de la colegiala asesina en el tema “I Don't Like Mondays”-, ahora
vuelto el ciudadano de una nueva realidad, una poblada de recuerdos y de
extrañas alucinaciones, una mucho mejor que ésta, intenta responderle sin éxito:
"Aquí donde estoy no hay dolor, aunque apenas logro
escucharte. Eres como el humo distante de un barco sobre el horizonte; tu voz llega
a mí como en oleadas. Veo que tus labios se mueven, pero no escucho lo que dices.
Cuando era niño tuve fiebre, y mis manos se sentían como dos globos; y ahora
tengo esa misma sensación. No lo puedo explicar, no lo entenderías... Pero esto
no es lo que soy en realidad".
El exponente máximo del rock
psicodélico, Pink Floyd, nos cuenta dentro de su ópera rock The Wall, este
momento de la vida del protagonista, en el cual necesita cualquier vía válida
para evadirse de una cotidianeidad que lo destruye: "Muy
bien, sólo será un pequeño pinchazo y ya no habrá más gritos (¡AAAAAAAAHHHHHHH!),
pero tal vez te sientas un poco mareado. ¿Te puedes poner de pie? Me parece que
ya te estás mejorando. Esto te mantendrá en movimiento; vamos, es hora de
irse". Mientras a su alrededor, la realidad trata de recomponerse y
se vuelve soborno para regresarlo a la supuesta normalidad; sus propios
recuerdos y ensoñaciones lo muestran como un niño atormentado por la realidad
opresiva que le significaba la escuela, la familia, y su propia niñez llena de
limitaciones; encontrando una vía de escape en la redención que le significa
cuidar a una rata… El chico evidentemente no estaba muy bien de la cabeza si lo
que pretendía era cuidar de una rata moribunda. Este acto es el que le causa la
fiebre descripta en la canción, la misma que ahora vuelve transformada en
resaca alucinógena.
Y el diálogo-monólogo continúa,
pero la respuesta de nuestro protagonista ahora viene desde un nivel superior
al que pertenece un doctor que sólo quiere regresarlo a sus miserias: "Cuando era niño tuve una visión fugaz, justo con el
rabillo del ojo, pero cuando giré para ver, ya se había ido. No pude tocarla...
El niño creció, el sueño se fue... Y yo me he puesto confortablemente
adormecido". El viaje se va desvaneciendo de la mano de David
Gilmour, quien nos brinda el que, para muchos, es el mejor solo de guitarra de
la historia… ¡Feliz Deprimartes!
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